Los Estados Unidos fueron creados por los masones y para que no hubiera dudas su primer presidente, George Washington, no paró de demostrarlo una y otra vez. Desde entonces los masones presumen de haber ganado la Guerra de la Independencia gracias a la existencia de masones en las tropas inglesas. Por ejemplo, el héroe Paul Revere fue hecho prisionero y un oficial británico masón lo dejó libre. Por no nombrar los “errores estratégicos” de los militares profesionales ingleses.
Los masones se sentían muy poderosos en su nuevo país, habían vencido a uno de los ejércitos más eficaces del planeta y parecía que no tenían rival, hasta que se enfrentaron con la banca. Se debe reconocer que estos masones eran unos novatos en el tema de quién dirigía el mundo de verdad.
El Banco de los Estados Unidos, que en realidad estaba gobernado por ingleses, no hacía más que quedarse con el dinero de los ciudadanos, igual que hace hoy el Banco Central Europeo con nosotros, así que el presidente James Madison lo cerró en 1811 causando una ingente cantidad de pérdidas a los banqueros europeos. Madison no hizo caso a la amenaza de Nathan Mayer Rothschild, en la práctica del dueño del Banco de Inglaterra: “… los Estados Unidos pueden verse involucrados en una de las guerras más desastrosas si no se renuevan los estatutos bancarios”.
Con la excusa de que la flota mercante estadounidense transportaba suministros a Napoleón, Inglaterra les declaró la guerra en 1812. El principio del conflicto, sino fuera por los horrores de la guerra, podríamos decir que fue cómico. Los ingleses en plena lucha contra Napoleón no enviaron tropas, superados en número se limitaron a preparar la defensa de Canadá, por entonces una de sus colonias. Ante tal perspectiva los estadounidenses estaban eufóricos, de verdad creyeron que como en la anterior guerra su ejército de campesinos y ganaderos podía vencer a un ejército profesional. Cómo si de niños se tratara el principal grupo de partidarios de la guerra se puso el nombre de 'Halcones Guerreros' y aseguraron que tomarían Canadá en seis semanas.
El 18 de junio se declaró la guerra. Sin idea de cómo luchar los estadounidenses se lanzaron a la invasión de Canadá sufriendo una calamitosa derrota tras otra. La situación llegó a tal punto que los ingleses defendiéndose, defendiéndose… tomaron Detroit, y conquistaron sin intención el territorio de Michigan. Los Halcones Guerreros estaban desesperados y su solución fue atacar a la desprotegida ciudad de York (actual Toronto). Los comandantes estadounidenses eran: Zebulón Pike, un masón pariente de Albert Pike uno de los padres de la masonería americana; y los también masones Isaac Chauncey y Henry Dearborn.
El 27 de abril de 1813 más de 1700 estadounidenses atacaron a las fuerzas defensoras consistentes en 300 casacas rojas apoyados por 300 milicianos y 100 indios mandados por Roger Hale Sheaffe (posteriormente, como era de esperar, un enemigo declarado de la masonería). Tras la derrota los victoriosos soldados se dedicaron al pillaje. Aquello iba en contra de las leyes de la guerra civilizada. Los americanos habían atacado un objetivo sin interés militar quemando y saqueando no sólo el Parlamento, sino también la mansión del gobernador, casas particulares y almacenes.
Para desgracia de los estadounidenses Napoleón fue derrotado. Inglaterra reforzó Canadá y se preparó para saborear la venganza. Engañando a sus enemigos les hizo creer que atacaría Nueva York, pero 5000 soldados desembarcaron en la bahía de Chesapeake cerca de Washington, tomando a los estadounidenses por sorpresa al no contar con infiltrados entre sus enemigos. Esta vez no existían señales secretas masónicas de aviso ni extraños mensajes que pudieran desviar a los temibles casacas rojas de su propósito.
El 22 de agosto de 1814 el presidente James Madison intentó organizar un campamento defensivo a las afueras de la ciudad, dos días más tarde la vanguardia inglesa avanzó sobre Washington al mando de Robert Ross y George Cockburn que se limitaron a rodear a los soldados aficionados de Madison dejándolos atrás y las tropas instaladas en la ciudad escaparon despavoridas.
El presidente americano huyó y los soldados británicos hicieron ondear su bandera en la capital de los Estados Unidos. Portándose como caballeros miraron hacia otro lado mientras la Primera Dama escapaba en un carruaje cargado hasta lo topes de objetos valiosos. No tocaron las casas particulares saqueando y quemando sólo los edificios principales, incluyendo el Capitolio, la Casa Blanca y el Tesoro. El edificio del periódico no fue incendiado gracias a un grupo de vecinas que hizo comprender a Cockbum que las llamas alcanzarían sus hogares. Terminada la expedición de castigo y destruidos los edificios masónicos los británicos se retiraron.
El 25 de diciembre de 1814 se firmó la paz en Gante (Bélgica). Incomprensiblemente los victoriosos ingleses no exigieron nada a cambio de irse, bueno, sólo una pequeña cosa, que se volviera a crear un banco central. A principios de 1816 el congreso aprobó la creación del segundo Banco de los Estados Unidos y el hombre que cinco años antes había conseguido deshacerse de esta entidad, el presidente Madison, ratificaba con su firma la legalidad del aparente nuevo banco el 10 de abril de ese año. Los banqueros metieron a sus hombres en la masonería de los Estados Unidos, no fuera que volvieran a liarla de nuevo.
Los banqueros sabían muy bien que para dominar un país no hacen falta ejércitos, basta con controlar su economía. De una forma o de otra, desde entonces los Estados Unidos nunca han dejado de ser una colonia inglesa, mejor dicho, de la banca inglesa.
Los masones se sentían muy poderosos en su nuevo país, habían vencido a uno de los ejércitos más eficaces del planeta y parecía que no tenían rival, hasta que se enfrentaron con la banca. Se debe reconocer que estos masones eran unos novatos en el tema de quién dirigía el mundo de verdad.
El Banco de los Estados Unidos, que en realidad estaba gobernado por ingleses, no hacía más que quedarse con el dinero de los ciudadanos, igual que hace hoy el Banco Central Europeo con nosotros, así que el presidente James Madison lo cerró en 1811 causando una ingente cantidad de pérdidas a los banqueros europeos. Madison no hizo caso a la amenaza de Nathan Mayer Rothschild, en la práctica del dueño del Banco de Inglaterra: “… los Estados Unidos pueden verse involucrados en una de las guerras más desastrosas si no se renuevan los estatutos bancarios”.
Con la excusa de que la flota mercante estadounidense transportaba suministros a Napoleón, Inglaterra les declaró la guerra en 1812. El principio del conflicto, sino fuera por los horrores de la guerra, podríamos decir que fue cómico. Los ingleses en plena lucha contra Napoleón no enviaron tropas, superados en número se limitaron a preparar la defensa de Canadá, por entonces una de sus colonias. Ante tal perspectiva los estadounidenses estaban eufóricos, de verdad creyeron que como en la anterior guerra su ejército de campesinos y ganaderos podía vencer a un ejército profesional. Cómo si de niños se tratara el principal grupo de partidarios de la guerra se puso el nombre de 'Halcones Guerreros' y aseguraron que tomarían Canadá en seis semanas.
El 18 de junio se declaró la guerra. Sin idea de cómo luchar los estadounidenses se lanzaron a la invasión de Canadá sufriendo una calamitosa derrota tras otra. La situación llegó a tal punto que los ingleses defendiéndose, defendiéndose… tomaron Detroit, y conquistaron sin intención el territorio de Michigan. Los Halcones Guerreros estaban desesperados y su solución fue atacar a la desprotegida ciudad de York (actual Toronto). Los comandantes estadounidenses eran: Zebulón Pike, un masón pariente de Albert Pike uno de los padres de la masonería americana; y los también masones Isaac Chauncey y Henry Dearborn.
El 27 de abril de 1813 más de 1700 estadounidenses atacaron a las fuerzas defensoras consistentes en 300 casacas rojas apoyados por 300 milicianos y 100 indios mandados por Roger Hale Sheaffe (posteriormente, como era de esperar, un enemigo declarado de la masonería). Tras la derrota los victoriosos soldados se dedicaron al pillaje. Aquello iba en contra de las leyes de la guerra civilizada. Los americanos habían atacado un objetivo sin interés militar quemando y saqueando no sólo el Parlamento, sino también la mansión del gobernador, casas particulares y almacenes.
Para desgracia de los estadounidenses Napoleón fue derrotado. Inglaterra reforzó Canadá y se preparó para saborear la venganza. Engañando a sus enemigos les hizo creer que atacaría Nueva York, pero 5000 soldados desembarcaron en la bahía de Chesapeake cerca de Washington, tomando a los estadounidenses por sorpresa al no contar con infiltrados entre sus enemigos. Esta vez no existían señales secretas masónicas de aviso ni extraños mensajes que pudieran desviar a los temibles casacas rojas de su propósito.
El 22 de agosto de 1814 el presidente James Madison intentó organizar un campamento defensivo a las afueras de la ciudad, dos días más tarde la vanguardia inglesa avanzó sobre Washington al mando de Robert Ross y George Cockburn que se limitaron a rodear a los soldados aficionados de Madison dejándolos atrás y las tropas instaladas en la ciudad escaparon despavoridas.
El presidente americano huyó y los soldados británicos hicieron ondear su bandera en la capital de los Estados Unidos. Portándose como caballeros miraron hacia otro lado mientras la Primera Dama escapaba en un carruaje cargado hasta lo topes de objetos valiosos. No tocaron las casas particulares saqueando y quemando sólo los edificios principales, incluyendo el Capitolio, la Casa Blanca y el Tesoro. El edificio del periódico no fue incendiado gracias a un grupo de vecinas que hizo comprender a Cockbum que las llamas alcanzarían sus hogares. Terminada la expedición de castigo y destruidos los edificios masónicos los británicos se retiraron.
El 25 de diciembre de 1814 se firmó la paz en Gante (Bélgica). Incomprensiblemente los victoriosos ingleses no exigieron nada a cambio de irse, bueno, sólo una pequeña cosa, que se volviera a crear un banco central. A principios de 1816 el congreso aprobó la creación del segundo Banco de los Estados Unidos y el hombre que cinco años antes había conseguido deshacerse de esta entidad, el presidente Madison, ratificaba con su firma la legalidad del aparente nuevo banco el 10 de abril de ese año. Los banqueros metieron a sus hombres en la masonería de los Estados Unidos, no fuera que volvieran a liarla de nuevo.
Los banqueros sabían muy bien que para dominar un país no hacen falta ejércitos, basta con controlar su economía. De una forma o de otra, desde entonces los Estados Unidos nunca han dejado de ser una colonia inglesa, mejor dicho, de la banca inglesa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario